sábado, 19 abril, 2025
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En ‘Black Mirror’ la amenaza ya no es la tecnología

‘Black Mirror’ ha vuelto a Netflix con una nueva entrega de horrores distópicos provocados por la tecnología. Catorce años han pasado ya desde que la cadena británica Channel 4 emitió el primer episodio y desde entonces la serie ha ido ganando cada vez más adeptos, sobre todo a partir de su salto a Netflix en la tercera temporada. Ha pasado mucho tiempo y el mundo ya no es el mismo desde que arrancó la producción de Charlie Brooker. Nuestra sociedad ha ido a peor, con una pandemia y la irrupción masiva de la inteligencia artificial por en medio. Encender el televisor para ver las noticias ya es suficiente fuente de ansiedad y estrés, sin necesidad de los desasosegantes argumentos de la serie. En esta evolución, he creído ver otro nuevo cambio en los seis episodios que forman esta séptima temporada recién estrenada. La serie sigue manteniendo su esencia, pero parece que esta vez la tecnología ya no es la amenaza. El principal riesgo es el uso que determinadas corporaciones hacen de ella y que multiplican esos efectos perversos. El enemigo no son las máquinas, somos nosotros.

La sociedad ha ido cambiando y, por el camino, la serie también. Al tiempo que se ha convertido en referencia para otras que se venden como series a lo ‘Black Mirror’. Durante su ya dilatada trayectoria, mediante historias autoconclusivas, la producción de Netflix nos trasladaba a un futuro no muy lejano, donde la dependencia de lo tecnológico era la excusa para contarnos fábulas con la moraleja de que nos encaminábamos a una sociedad más deshumanizada. Un mundo tan carente de alma como los dispositivos con los que pretendemos facilitar nuestra vida cotidiana, que a menudo esconden oscuros secretos. Conforme ha ido creciendo su mitología, los guionistas comenzaron a intercalar pequeños guiños o alusiones directas a otros episodios. Esto ayudaba a dar la sensación de que estábamos en un universo más compacto. No todos los futuros que nos planteaba ‘Black Mirror’ eran tan negros. Alguna vez nos han contado historias con un desenlace más optimista. Aunque la temporada sexta dio un enfoque más centrado en el terror. Con los nuevos episodios tenemos una nueva vuelta de tuerca con la que se acerca a sus orígenes.

Los ejemplos más evidentes de usos perversos de la tecnología por grandes corporaciones se dan en el primer episodio, ‘Gente corriente’, y en el último, ‘USS Callister: Infinity’, considerados los mejores de esta nueva tanta de capítulos. Ambos tienen divididos a los fans sobre cuál debería liderar el ránking. ‘Gente corriente’ nos traslada a una realidad de pesadilla llevando hasta el último extremo los peligros de una sanidad privada. Es inevitable hacer la analogía con los planes de suscripción que tienen algunas plataformas entre sus usuarios. ¿Es una velada alusión a los paquetes con anuncios de Netflix? El matiz es que la realidad que nos plantea la serie nos traslada a otras facetas de la vida que no son un mero entretenimiento. El episodio es una metáfora de la monetización de un servicio esencial para la población y por qué no debe ponerse en manos de los intereses de capital privado.

El personaje que interpreta Rashida Jones sufre al principio del episodio una lesión cerebral irreversible. Una empresa especializada en biotecnología se presenta como salvadora con una innovadora solución. El tratamiento que le ofrecen acabará siendo un pacto con el diablo y con un desenlace trágico y desgarrador. Es un capítulo que mantiene la esencia del Black Mirror de siempre. El remedio se convierte en una verdadera trampa para el matrimonio, que se coge a él como un clavo ardiendo de manera desesperada. Pronto se encuentran con que solo pueden tener acceso a prestaciones mejores si contratan un paquete superior de suscripción que no está al alcance de todos los bolsillos. Y al que no tiene dinero, se le abandona. Los distintos paquetes contratados son los que marcan el status social. Y quienes tienen que recurrir a mostrarse en las redes sometiéndose a prácticas vejatorias para sacarse dinero con el que pagarse el tratamiento, quedan como poco menos que parias sociales.

Con su papel en ‘Black Mirror’ y su aparición en Silo, la verdad es que la actriz últimamente termina siempre muy trágicamente. Todo un giro de trayectoria si se tiene en cuenta que se dio a conocer en la comedia, con títulos como ‘Parks & Recreations’ y ‘The Office’.

Por su parte, ‘USS Callister: Infinity’ mantiene un tono un poco más aventurero. Es la primera vez que un episodio de la serie tiene una secuela. La primera parte la vimos en la cuarta temporada en el episodio ‘USS Callister’, que venía a ser un simpático homenaje a la serie original de ‘Star Trek’. Ocho años después, se retoma a los mismos personajes con una nueva aventura de una hora y media de duración. Un capítulo que no tiene nada que envidiar al estreno cinematográfico de cualquier blockbuster. Es de agradecer que hayan incluido un resumen al inicio, porque yo me acordaba más bien de poco de lo que ocurrió en la primera parte. Esta secuela ya no es tanto un guiño a la franquicia galáctica de Gene Roddenberry, sino que en esta continuación ha pasado a ser una sátira a la industria del videojuego y al abusivo uso de los micropagos. No en vano, los personajes se mueven en los servidores de una realidad virtual.

Lo de los micropagos conecta con ‘Gente Corriente’. Los combates entre jugadores recuerdan sospechosamente al Fortnite. Por cierto que ha querido la casualidad que el estreno de esta temporada haya coincidido con el de la llegada a la gran pantalla de la versión cinematográfica de Minecraft. Muchos de estos videojuegos que se publicitan como gratuitos tienen un momento en que su dificultad es tan elevada que solo se pueden superar bajo un módico precio y el mejor jugador no es que más destreza tiene con el mando, sino el que es capaz de comprar mejores prestaciones. Del ‘Free to play’ al ‘pay to win’.

Los protagonistas de USS Callister sobreviven en una realidad virtual basada en una vieja serie de ciencia de ficción galáctica, donde se han convertido en una especie de okupas. Para la gran corporación que comercializa y explota el juego, el problema no es que estos intrusos roben a otros jugadores. Es que están jugando gratis. Motivo por el que se convierten en una gran amenaza que hay que erradicar. Tras haber triunfado con su aparición en El Pingüino, Cristin Milioti vuelve a protagonizar las nuevas aventuras de la USS Callister. El episodio se cierra con la insinuación de que podríamos tener más episodios con estos personajes, ya que aunque su final cierra un ciclo, plantea nuevas situaciones para sus protagonistas. A esto se añade ese rótulo de «Continuará», al que no estábamos acostumbrados en esta serie.

El tema de los videojuegos vuelve a estar presente en el cuarto episodio, ‘Juguetes’, que guarda simpáticos guiños a la evolución de esta industria. Partidas al Doom en un PC, al Street Fighter II en la Super Nintendo, apariciones del erizo Sonic de Sega, para rematar con las distintas versiones de la Play Station, por poner algunos ejemplos. No sé si con este episodio Brooker ha tratado de enmendar aquella sátira que hizo al mundo de los videojuegos en la tercera temporada con una fábula cuya moraleja era demasiado obvia y que parecía decir eso de «los videojuegos son malos». En ‘Juguetes’ ya se dice abiertamente que esa violencia que se achaca a los videojuegos no es nada intrínseco a ellos, sino que procede de los humanos. ¿Quién no conoce alguien que asesinó a su Tamagotchi, cuando el único propósito del juego era criarlo? Las criaturas del extraño cartucho que llega a las manos del protagonista recuerdan mucho a ellos, o puede que sea a los Pokémon. Por cierto, que en este episodio, tenemos otro cameo de viejos personajes del pasado. En esta ocasión uno de los protagonistas de aquel episodio interactivo, Bandersnatch.

Continuando en el mundo de la realidad virtual y la inteligencia artificial, nos encontramos con el tercer episodio, ‘Hotel Reverie’, que toca el tema de revivir a actores clásicos y rehacer películas mediante el uso de esta tecnología. Se trata de otro de esos episodios con una duración más larga de lo habitual, hora y media, que nos lleva a la refilmación de uno de esos clásicos del cine a través de un revolucionario proceso. Tiene ese aire desenfadado con toques de comedia de las películas de ciencia ficción de los años 80 o 90, donde un accidente deja al protagonista atrapado por esa innovación tecnológica cuyo uso estaba explotando. La protagonista es una estrella de cine que se presta a participar en la refilmación de un clásico de la historia del celuloide mediante un sofisticado hardware que hace revivir todo ese mundo mediante la inteligencia artificial, como si de un multiverso se tratara. La película que están reconstruyendo recuerda en algunos momentos a la mítica Casablanca al contar una historia de amor, en blanco y negro, ambientada en algún país del norte de África. Brooker esconde un poco de mala baba al cambiar como protagonista al clásico galán hollywoodiense por una actriz de color, para vivir su apasionada historia de amor que hubiera sido escandalosa en la época en la que se suponía que ocurrían los hechos. La trama alude a la resurrección digital de estrellas de cine ya fallecidas, uno de los puntos en los que se apoyó la última huelga de guionistas de Hollywood. ¿Puede referirse también a esos remakes de Disney de sus películas clásicas de animación?

Profundizando en los deep fakes y en esta deformación de la realidad, la temporada riza el rizo en su segundo episodio ‘Bête Noir’. La trama parte de la premisa del llamado Efecto Mandela, un fenómeno psicológico que consiste en cómo un grupo de personas conservan un recuerdo de algo que no sucedió o que ocurrió de manera diferente. Una investigadora acuñó la expresión tras detectar que muchas personas, ella incluida, estuvieron convencidas durante un tiempo de que Nelson Mandela había muerto en prisión en algún momento de los años 80, cuando lo cierto es que esto no había ocurrido jamás. De hecho, salió de prisión y llegó a la presidencia de Sudáfrica a mediados de los noventa. También hubo quién dijo haber visto en televisión el vídeo de Ricky Martin y la mermelada. La protagonista del episodio piensa que sufre el efecto Mandela, cuando empieza a comprobar que algunas de sus vivencias no son cómo ella recordaba. Pronto queda claro que hay alguien manipulando la realidad para hacerle un Luz de Gas. Del mismo modo que hay quienes pretenden cambiar la realidad compartiendo de manera masiva las mismas consignas a través de las redes sociales intentando dar la apariencia de que así es como piensa una amplia mayoría. O cambiar los índices de valoración sobre una serie de televisión o película. Nuestra protagonista se encuentra con que todas esas meteduras de pata y las veces en que queda en evidencia son en realidad la venganza de una antigua compañera de instituto que altera la realidad para humillarla. Su enemiga es una víctima de bullying, a la que ella misma puso en la diana de sus acosadores difundiendo un turbio rumor. Las fake news están en el origen de esta historia de venganza. La despechada víctima acaba desarrollando una tecnología que lleva la deformación de la realidad hasta sus últimas consecuencias.

Llegamos a ‘Eulogy’, el episodio más intimista de esta temporada y que si se ha quedado al final no es porque sea el peor. En este quinto episodio, ni siquiera hay una concepción negativa de la tecnología. En él recuperamos unos dispositivos que ya hemos visto en el pasado, concretamente en el tercer capítulo de la primera temporada. Ese chip en la cabeza que grababa todos los recuerdos de las personas que los llevaban implantados. La historia arranca cuando el protagonista, interpretado por Paul Giamatti, recibe la noticia de la muerte de una vieja amiga. Para el funeral le piden que aporte los recuerdos que tiene sobre ella. Tras alegar que no tiene grandes recuerdos que aportar, basta un poco de escarvar y de sacar lo que hay oculto en su mente para encontrarnos que el motivo de su bloqueo es tratar de enterrar su dolor y uno de sus grandes desengaños amorosos que le arrastraron a una vida en soledad. Una historia de esas que nos arrancará alguna lágrima y con la que damos por cerrado el repaso a una temporada de ‘Black Mirror’ que nos recuerda que las distopías existen.

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