miércoles, 25 septiembre, 2024
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Las universidades ignoran que pueden financiarse

Cuando por la crisis económica el Estado limitó los recursos a las universidades públicas, se originó una multitudinaria marcha estudiantil contra el Gobierno, aprovechada por políticos opositores, dirigentes gremiales y hasta piqueteros. En medios periodísticos se difundieron críticas y propuestas, ninguna de las cuales tuvo en cuenta el origen del problema: es un error que sólo el Estado sostenga a las universidades públicas. Veamos por qué.

Desde hace décadas el mayor valor de la economía es el conocimiento. Los países avanzados son los que más invierten en investigación y desarrollo (I+D), o sea en investigaciones innovadoras que, transferidas a la industria, producen alto valor agregado. Brasil, primera economía latinoamericana y entre las primeras del mundo, es el único de la región que invierte más del 1% del PBI en I+D: 1,17%. La Argentina: 0,52%. Estados Unidos, primera economía mundial, invierte 3,46% de su PBI. China, segunda economía mundial, 2,43%. Es clara la relación entre dicha inversión y el lugar que ocupa cada país desarrollado.

Las investigaciones se realizan mayormente en universidades, que cobran regalías de las industrias cuando éstas exportan innovaciones creadas por los científicos. De las 66 universidades públicas y 52 privadas de la Argentina, muy pocas investigan. Una parte menor de los recursos que da el Estado a las públicas se destina a investigación, y las privadas prácticamente no investigan. Nuestro Premio Nobel Bernardo Houssay decía que si una universidad no investiga, no genera conocimientos, es una “escuela técnica”.

Más grave aún es que nuestras universidades, en su mayoría, no protegen sus conocimientos. Cuando un científico publica en un paper internacional un conocimiento innovador, sin estar previamente protegido por patentes, pasa a ser de dominio público y puede apropiárselo otro país. Lo comprobaron profesores de la Universidad Nacional de Quilmes, en dos investigaciones publicadas en Journal of Technology Management & Innovation (2012 y 2018). En la primera vieron que laboratorios farmacéuticos, universidades y centros de investigación del exterior patentaron conocimientos de calificados científicos de dicha universidad. La segunda investigación mostró que Estados Unidos, Inglaterra, China, Alemania, Francia, Canadá y otros países se apropiaron, con 341 patentes, de conocimientos de 94 científicos argentinos financiados por el Estado. Con esa apropiación lograron innovaciones que transfirieron a industrias, cobrando las regalías correspondientes. Y hasta compramos tecnologías logradas por nuestra inteligencia regalada. Importantes universidades exigen a los científicos que informen a sus oficinas de propiedad intelectual los logros que van a publicar, para protegerlos y recibir las mencionadas regalías.

Un estudio mostró que la UBA, con centenares de trabajos publicados por año, solamente solicitó 39 patentes en 40 años (1973-2013), un promedio de una por año. Desde su creación (1821) la UBA no alcanzó a solicitar un centenar de patentes, mientras el Instituto Pasteur de París, creado mucho después (1887), registraba casi 6000 solicitudes. El país tiene capacidad científica; es el único de Iberoamérica que tuvo tres premios Nobel en ciencias. La UBA, el Conicet, el INTA y el INTI, la Comisión Nacional de Energía Atómica y otras universidades tienen investigaciones de excelencia que se regalan al mundo, pues las patentes solicitadas son poquísimas en relación a los miles de trabajos publicados. Por eso las universidades públicas dependen de magros presupuestos oficiales. El costo de las patentes es muy menor frente a los beneficios que se obtienen. De lo contrario sufrimos dos perjuicios: falta de fondos para las universidades y elevados gastos de importaciones para el país.

La estadística sobre solicitud de patentes en la Argentina es alarmante. Lo demuestra la publicación Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología (Ricyt 2023): Estados Unidos, en la última década medida (2012-2021), solicitó un promedio de algo más de 286.000 patentes/año; sus solicitudes crecieron en dicho período de 268.782 a 285.113. Brasil solicitó en el mismo período un promedio de algo más de 7.800 patentes/año, también con crecimiento. La Argentina solicitó un promedio de 567 patentes/año, habiendo disminuido sus solicitudes un 42%: de 697 (2012) a 406 (2021).

Otra importantísima fuente de recursos para las universidades son las donaciones. Christian Bréchot, como director del mencionado Instituto Pasteur, decía a sus donantes: “Más del 30% de nuestro presupuesto proviene de vuestra generosidad. Gracias a ella podemos realizar nuevas investigaciones. Nosotros necesitamos de ustedes.” Estados Unidos apela a exalumnos exitosos, que agradecen su posición económica por la formación recibida. Es el caso de Garald Chan, de Hong Kong, que aportó a Harvard en 2015 la más alta donación que esta universidad recibió en su historia (US$350 millones), superada en 2016 por otro exalumno, John Paulson (US$400 millones). La mayor donación a una universidad en el mundo fue hace unos años de US$1000 millones a la Universidad Vedanta (India). Y este año Ruth Gottesman, de 93 años, exprofesora de la Facultad de Medicina Albert Einstein en Nueva York, dio las gracias a su fallecido esposo, David Gottesman, por dejarle los medios económicos para donar también US$1000 millones a dicha facultad. En 2023 las universidades norteamericanas recibieron donaciones por US$58.000 millones, habiendo alcanzado un récord mundial en 2022: US$59.500 millones.

Nuestras universidades ¿cuántos exalumnos exitosos formaron? La Asociación de Ejecutivos en Desarrollo de Recursos, creada hace 23 años, reúne a 250 fundraisers capacitados en el arte de obtener donaciones. Las universidades deberían contar con ellos, como lo hacen los países desarrollados. Son valiosos los avances científicos que pueden mostrar, además de interesar a empresarios argentinos exitosos formados en dichas instituciones. Aquí también el costo de un fundraiser es menor frente a las donaciones que obtiene.

Hace unos años Brasil vio que en Estados Unidos universidades como Harvard o el MIT (Massachusetts Institute of Technology) recibían importantes donaciones de exalumnos empresarios, constituyendo los denominados endowment funds. Son capitales que se invierten y sus intereses se destinan a la universidad y a acrecentar el mismo capital para que nunca se reduzca. Varias universidades brasileñas ya reciben estos fondos de exalumnos empresarios. El endowment fund de Harvard, en 2018, era el más alto del mundo: US$39.200 millones, para un presupuesto anual de US$5000 millones. En 2023 se elevó a US$50.700 millones.

Llama la atención que quienes gobiernan y los partidos políticos de la oposición no analicen el financiamiento de las principales universidades del mundo. Suelen dedicar más tiempo a discusiones muchas veces agraviantes y hasta judicializar sus diferencias, que a estudiar temas como el aquí mencionado. Concurrir a marchas sin propuestas es perder el tiempo.

Director ejecutivo de la Fundación Sales

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