MIAMI (AP) — Cuando cientos de inmigrantes abarrotaron el Centro de Detención Krome de Miami, en las afueras de los humedales del Parque Nacional Everglades de Florida, el temor de una revuelta se apoderó del personal.
Mientras el presidente Donald J. Trump buscaba cumplir su promesa de campaña de realizar arrestos y deportaciones masivas de migrantes, Krome, el centro de detención de inmigrantes más antiguo de Estados Unidos y uno que tiene un largo historial de abusos, vio cómo su población de prisioneros aumentó recientemente a casi el triple de su capacidad, que es de 600 personas.
“¡Hay 1.700 personas aquí en Krome!”, escribió un empleado del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés) a un compañero de trabajo el mes pasado, y añadió que, aunque se sentía inseguro caminar por las instalaciones, nadie estaba dispuesto a mencionarlo.
Esa tensión —por el temor a represalias por intentar garantizar condiciones más humanas—, surge en medio de una disputa en los tribunales federales y en los pasillos del Congreso sobre si la ofensiva del presidente hacia los inmigrantes ha ido demasiado lejos y ha sido demasiado rápida, a costa de los derechos fundamentales.
En Krome, han surgido numerosos informes sobre falta de agua y de alimentos, confinamiento insalubre y negligencia médica. Ante el aumento de quejas, el gobierno de Trump cerró tres oficinas de supervisión del Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) encargadas de investigar dichas denuncias.
Una copia del intercambio de mensajes y varios documentos más fueron compartidos con The Associated Press por un empleado federal bajo condición de anonimato por temor a represalias. Algunos documentos incluyen quejas de los detenidos, así como un relato de la llegada de 40 mujeres a Krome, un centro exclusivamente para hombres, lo que posiblemente quebranta una ley federal para reducir el riesgo de violación en las prisiones.
Krome no es el único centro que enfrenta un problema fundamental: la falta de camas. A nivel nacional, las detenciones se han disparado a casi 48.000 hasta el 23 de marzo, un incremento del 21% con respecto al final del gobierno de Joe Biden. En las últimas semanas, las detenciones prácticamente se han estancado porque los esfuerzos para deportar a muchos de esos mismos inmigrantes se han visto bloqueados por varias demandas legales.
Para enfrentar la escasez, ICE publicó este mes una solicitud de licitación para operar centros de detención por hasta 45.000 millones de dólares, ya que busca ampliar su capacidad a 100.000 camas desde las aproximadamente 41.000 que permite su presupuesto actual. Como parte de la expansión, el gobierno federal, por primera vez, busca retener a migrantes en bases militares estadounidenses —lo que pone a prueba los límites de una prohibición de más de un siglo sobre la participación castrense en la aplicación de la ley civil.
En algunos aspectos, su enfoque controvertido funciona. Apenas 11.000 migrantes fueron detectados en la frontera entre Estados Unidos y México en marzo, el nivel más bajo en al menos una década, y una disminución respecto a los 96.035 de diciembre de 2024, según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés).
Krome es sólo una de las cinco instalaciones que el ICE administra directamente —las otras están en Buffalo, Arizona y dos en Texas— y puede albergar a detenidos durante más de 16 horas. Tras la toma de posesión de Trump, ICE recibió órdenes de reunir a los migrantes, con pocas opciones sobre a dónde enviarlos. La gran mayoría de las camas se alquilan a prisiones, cárceles o instalaciones privadas locales que tienen límites estrictos sobre el número de detenidos que están obligados a aceptar contractualmente.
A medida que sus pabellones de hormigón empezaron a llenarse, los trabajadores federales comenzaron a documentar cómo empeoraban las condiciones en informes semanales a los directivos del Departamento de Seguridad Nacional. Fueron presentados a través de la Oficina del Defensor de Inmigrantes Detenidos (OIDO, por sus siglas en inglés) del DHS, un organismo de control independiente establecido por el Congreso durante el primer gobierno de Trump para mitigar las consecuencias de una serie de escándalos sobre el trato en los centros de detención.
La oficina tuvo cuatro defensores de derechos humanos en dos meses, mientras los funcionarios de Trump incrementaban los arrestos sin un plan aparente sobre a dónde enviarlos. La situación empeoró a mediados de marzo, cuando los 100 empleados de la oficina —incluido un gerente de casos en Krome—, fueron suspendidos temporalmente de sus funciones en un esfuerzo por eliminar obstáculos para la aplicación de la ley, según lo describieron los funcionarios.
“En lugar de apoyar las iniciativas de las fuerzas del orden, a menudo funcionan como adversarios internos que hacen mas lentas las operaciones”, dijo Tricia McLaughlin, portavoz del DHS.
Casi al mismo tiempo, el caos de Krome se hizo público. Imágenes videograbadas en secreto con un celular y publicadas en TikTok mostraron a un grupo de hombres que dormían en pisos de concreto y abajo de mesas con poco más que sus zapatos como almohadas.
“Estamos prácticamente secuestrados”, dijo Osiris Vázquez, con los ojos enrojecidos por la falta de sueño, en el video que acumuló 4,4 millones de visualizaciones. “No queremos ‘likes’. ¡Queremos ayuda, por favor!”.
Vázquez, quien fue detenido mientras conducía de regreso a casa desde un trabajo de construcción cerca de Miami, reportó que compartió una pequeña sala con unos 80 hombres durante dos semanas. No se permitían las duchas ni las llamadas telefónicas; los baños, con olor fétido, estaban desatendidos; y la comida se limitaba a un sándwich de mantequilla de maní.
“No había reloj, no había ventana, ni luz natural”, recordó Vázquez en una entrevista. “No se sabía si era día o noche”.
Al final, Vázquez decidió autodeportarse. Pero su pesadilla no terminó. De regreso en su ciudad natal —Morelia, en México—, donde no había puesto un pie en casi una década, tuvo que ser hospitalizado dos veces por una infección respiratoria que, afirma, contrajo en Krome.
“Todos (los) que conozco se enfermaron. Estábamos viviendo encima uno al otro”, dijo Vázquez.
Pudo haber sido peor. Desde que Trump regresó a la Casa Blanca, tres detenidos han muerto bajo custodia del ICE, dos de ellos en Krome.
El último, Maksym Chernyak, falleció tras quejarse con su esposa del hacinamiento y las condiciones gélidas. El ucraniano de 44 años y su esposa entraron con permiso a Estados Unidos en agosto bajo un programa humanitario para personas que huían de la guerra de Rusia con su país.
Fue enviado a Krome tras ser arrestado en el sur de Florida por violencia doméstica, e inmediatamente contrajo un resfrío. Tras ser monitoreado durante una semana por hipertensión, el 18 de febrero, a las 2:33 a.m., fue trasladado a un hospital por vómitos y temblores similares a convulsiones. Un informe del ICE informó que parecía estar intoxicado, y en ocasiones, inconsciente. Dos días después, falleció.
Aparte de acetaminofeno (paracetamol), no recibió ningún medicamento para tratar la presión arterial, según un informe de dos páginas de ICE sobre la muerte de Chernyak. La autopsia determinó que la causa de muerte fueron complicaciones por un derrame cerebral agravado por la obesidad.
La viuda de Chernyak dijo que antes de la detención, su esposo, era un “hombre fuerte y saludable”. Sin traductores o intérpretes en Krome, agregó que a su esposo le costaba comunicarse con los guardias sobre el deterioro de su salud.
“Ellos vieron su condición, pero lo ignoraron”, declaró Oksana Tarasiuk en una entrevista. “Si no lo hubieran puesto en Krome, estoy segura de que seguiría vivo”.
En un comunicado, ICE no hizo comentarios sobre acusaciones específicas de maltrato, pero dijo que ajusta sus operaciones según sea necesario para cumplir con su deber de tratar a los individuos con dignidad y respeto.
“Estas acusaciones no se ajustan a las políticas, prácticas y estándares de atención del ICE”, expuso la agencia. “ICE toma muy en serio su compromiso de promover entornos seguros y humanos para quienes se encuentran bajo nuestra custodia”.
Abogados han indicado que, en los últimos días, Krome ha transferido a varios detenidos y que las condiciones han mejorado. Pero eso podría simplemente trasladar los problemas a otras partes del sistema de detención migratoria, opinan abogados y defensores de inmigración.
A unos 32 kilómetros (20 millas) al este de Krome, en el Centro de Detención Federal, en el centro de Miami, los oficiales penitenciarios tuvieron que usar granadas aturdidoras, proyectiles con gas pimienta y descargas paralizantes para sofocar un levantamiento de detenidos la semana pasada, informaron a la AP dos personas familiarizadas con el asunto.
El incidente ocurrió cuando un grupo de unos 40 detenidos esperó casi ocho horas para ser admitidos en las instalaciones, ya que los funcionarios de la cárcel contabilizaron mal el número de personas entregadas por ICE, según las fuentes, quienes hablaron bajo condición de anonimato porque no están autorizadas a discutirlo públicamente. Ante la confusión reinante, los detenidos que llegaron —algunos de Jamaica— arrancaron un rociador contra incendios del techo, lo cual inundó una celda, y arrebataron las porras de los oficiales penitenciarios, según las fuentes.
La Oficina Federal de Prisiones, que administra las instalaciones, no confirmó los detalles del incidente, pero dijo que en ningún momento la gente estuvo en riesgo.
“Esto ha puesto una enorme presión en nuestro personal”, dijo Kenny X. Castillo, presidente del sindicato que representa a los trabajadores del Centro de Detención Federal de Miami. “Estamos haciendo el trabajo de dos agencias en un solo edificio”.
Trump aún no revela sus planes de deportaciones masivas, incluso mientras busca eliminar el estatus legal de 1 millón de migrantes a los que previamente se les concedió la estancia bajo un programa humanitario o alguna otra forma de protección temporal. Los últimos datos de ICE sugieren que la supuesta deportación de inmigrantes está, en realidad, por debajo de los niveles registrados al final del gobierno de Biden.
Esto significa que es probable que las detenciones aumenten y, con las instalaciones al límite de su capacidad, también la necesidad urgente de albergar a todos los detenidos. El gasto en nuevas instalaciones es una ventaja para los contratistas federales, cuyas acciones bursátiles se han disparado desde la elección de Trump. Pero encontrar trabajadores dispuestos a implementar la política del presidente es aún un desafío enorme.
Sólo un puñado de solicitantes se presentó a una feria de contratación reciente en Miami organizada por Akima Global Services, un contratista federal de 2.000 millones de dólares que dota de personal a varios centros de detención de inmigrantes, incluido Krome.
“Muchas de estas instalaciones han tenido una escasez crónica de personal durante años”, dijo Michelle Brané, abogada de inmigración y la última defensora de los derechos de migrantes (ombudsman) durante el gobierno de Biden. “Estos no son trabajos fáciles ni lugares agradables para trabajar”.
Las acusaciones de condiciones deficientes no son algo nuevo para Krome.
El centro fue establecido básicamente como el primer centro de detención de inmigrantes de Estados Unidos en la década de 1970 para procesar a la gran cantidad de refugiados que huían de Haití en embarcaciones. Antes de eso, prácticamente ningún migrante era detenido por más de unos pocos días.
A principios de la década de 2000, el centro se vio estremecido por relatos desgarradores de guardias que agredían sexualmente o exigían favores sexuales a las prisioneras. Varios fueron acusados penalmente.
Pero más recientemente, el centro pareció haber dado un giro, e incluso ICE invitó a los medios de comunicación a visitar un centro de salud mental pionero en su tipo.
De pronto, todo cambió abruptamente.
El centro albergaba a 740 hombres y 1 mujer el 31 de marzo, según los últimos datos del ICE, lo que refleja sólo el recuento de medianoche del último día del mes. Eso representa un aumento del 31% desde justo antes de que Trump asumiera el cargo. ICE se negó a revelar la capacidad actual de Krome por motivos de seguridad.
En lo que va del año, la Oficina del Defensor de Inmigrantes Detenidos ha recibido más de 2.000 quejas de reclusos, según Brané.
La empleada federal dijo que le preocupa la posibilidad de que las muertes de detenidos, que comenzaron a aumentar durante el gobierno de Biden a medida que se dispararon los arrestos, se incrementen sin personal sobre el terreno para investigar las denuncias de maltrato.
“Que yo sepa, todo se paralizó y a las personas se les dijo que se fueran a casa”, refirió Brané. “Si intensificas las detenciones, eliminas la supervisión y aumentas el número de personas que detienes, (eso) es una receta para el desastre”.
Tras la muerte de Chernyak, una coalición de activistas de inmigración, y grupos de extrema izquierda organizaron una manifestación en la carretera que conduce a la entrada de Krome para exigir el cierre del centro. Cientos de manifestantes se presentaron, algunos con fotos de migrantes “secuestrados” por el ICE y carteles que decían: “Gulag estadounidense, vergüenza estadounidense” y “Los inmigrantes hacen grande a Estados Unidos”.
Este mes, Daniella Levine Cava, la alcaldesa demócrata de Miami, escribió a Kristi Noem, la secretaria de Seguridad Nacional, para solicitarle un recorrido por las instalaciones. La oficina de prensa de Seguridad Nacional no respondió a un correo electrónico en el que se le preguntaba si Noem había accedido a su solicitud. Además, 49 demócratas en el Congreso también le han escrito a Noem y le exigen saber cómo piensa la agencia aliviar el hacinamiento en las instalaciones del ICE.
Huber Argueta-Pérez dijo que presenció muchas de esas mismas condiciones durante su detención en Krome el mes pasado. El guatemalteco de 35 años, quien vivió en Estados Unidos durante casi dos décadas, fue detenido el 10 de marzo tras dejar a sus dos hijas estadounidenses en la escuela en Miami. Durante nueve días durmió en el suelo de cemento de una pequeña celda abarrotada. Informó que se enfermó con fiebre por el frío, pero repetidamente le negaron un suéter y medicamentos.
“No cabíamos”, agregó Argueta-Pérez —quien fue deportado el 19 de marzo— en una entrevista desde Guatemala. “Pero mientras más nos alterábamos peor era el castigo”.
____
Los periodistas de The Associated Press Michael Sisak, en Nueva York, y Rebecca Santana, en Washington, contribuyeron a este despacho.